“Juanito
Silbato, viudo y natural de Entrepinares de la Sierra, en Guadalajara, acababa
de cumplir ochenta y cinco años, aunque él hacía algún tiempo que había perdido
la cuenta, y hasta se había olvidado del día de su cumpleaños. Aquel martes de
Primavera, como cada tarde, empuñó su bastón, se colocó la boina que le había
regalado su nieta y salió a pasear por el camino que llevaba hasta el pueblo.
Al sobrepasar la finca de su vecino Eleuterio, se paró a saludar y también a
descansar. La conversación transcurrió sin prisa, más o menos como de costumbre,
aunque la enfatizaban como si fuera realmente novedosa.
-Este año
viene seco-dijo Juanito
-Y ya van
tres -respondió Eleuterio-
-Arruinará
la cosecha.
-No
podremos vivir de esto
Juanito
continuó su marcha hasta el bar de la plaza y pidió un vino. Tomó un sorbo para
a continuación quejarse amargamente de aquel líquido, a su entender imbebible,
y alzando el vaso como para enfatizar, dirigió su ira hacia su vecino, amigo y
también dueño del establecimiento, Tomás. Éste, como quien oye llover, ignoró
las quejas que por repetitivas quizá no fueran ni más ni menos ciertas.
Al fin,
después de tres o cuatro rondas a pesar de todo, Juanito se encaminó de nuevo a
casa, no sin reparar en los muchachos del pueblo que tiraban piedras al río. Un
día terminarán por hacerse daño o romper algo –pensó- pero continuó su camino
como cada tarde, sin decir nada. Al llegar, directamente se metió en la cama y
reparó en aquellas sábanas, viejas y descosidas, que arañaban su piel con más
virulencia que la más salvaje de las fieras que puedas encontrar en la selva.
Un día de éstos tendré que cambiarlas, musitó mientras apagaba la luz y se
quedaba dormido.”
Introducción
Los analfabetos emocionales solemos
victimizar sobre el pérfido acontecer de nuestro devenir desde una postura inmovilista, como meros espectadores de
todo aquello que nos ocurre y nos rodea, creyendo posibilidades nulas de influir en nuestro futuro.
De esta
manera, nos quejamos y nos quejamos
de nuestra maldita rutina, el
trabajo, la falta de tiempo o de dinero para darnos un ansiado capricho.
Finalmente, terminamos culpando a la
mala suerte, al político de turno, a los bancos o a la incompetencia de la
agente de nuestra compañía de telefonía, a quien sea o a lo que sea, de nuestro
fracaso para tomar las riendas de
nuestra de vida.
En este
contexto, es habitual que desde una postura inmovilista, sin hacer nada para
cambiar las cosas, sin que nada cambie,
esperemos que los resultados, como
por arte de magia sí lo hagan. Un
golpe de suerte que nos sonría para darnos aquello que anhelamos. Pero si lo
pensamos fríamente, si nada cambia, lo más probable que es los resultados
tampoco lo hagan.
Y es que,
nos cuesta tremendamente analizar las
situaciones, más aún que existe un problema. Pero lo que realmente nos
cuesta, es admitir que somos
corresponsables de ese problema. En un mundo complejo como el que vivimos,
son muchos los factores que influyen en un determinado acontecimiento. Pero
siempre podremos diferenciar aspectos sobre los que no tenemos el control y
aspectos que nosotros podríamos cambiar para influir, aunque sea mínimamente
para modificar los resultados. El problema es que a veces por comodidad, otras
por miedo a salir de nuestra zona de confort, o simplemente por los réditos de
compasión que nos ofrece adoptar una postura victimista, sólo nos fijamos en los primeros, en los que no podemos controlar,
maldiciendo al mundo por ser como es, deliberadamente conspiratorio contra
nosotros mismos y nuestros intereses.
Esta
actitud es tremendamente peligrosa para nuestra salud mental, ya que con el
tiempo terminamos creyéndonos inútiles
para cambiar nuestro propia existencia, baja la autoestima y aumenta el
sufrimiento. Esto no quiere decir que siempre podamos cambiar las cosas,
todo lo contrario. Lo único que digo es que si un patrón de comportamiento
externo se repite, podremos alterarlo con mayor probabilidad si realizamos un
análisis de qué aspectos que dependan
exclusivamente de nosotros podríamos cambiar.
Los sabios emocionales son conscientes de
que una actitud inmovilista ante los mismas situaciones no modificarán los
resultados. Por eso, cuando esto ocurre
no adoptan una actitud victimista ni se frustran, sino que la aceptan con
naturalidad como mejor estrategia. Adicionalmente, realizan un análisis del
problema, identifican qué aspectos no está en su mano modificarlos y cuales sí.
Se concentran en estos últimos y se activan para poner en marcha una o varias estrategias de cambio. Se proponen
objetivos que comparan con los resultados obtenidos para observar si sus
estrategias funcionan o en cambio deben volver a modificarlas.
Reflexión
Y tú…¿te
quejas de que siempre obtienes los mismos resultados? ¿cambias alguna acción
para modificarlos? ¿qué beneficios encuentras en tu rutina inmovilista? ¿qué
beneficios podrías encontrar si cambiases? ¿con cuáles te quedas?
Para saber más
En el
siguiente enlace
podrás encontrar un video muy ilustrativo sobre los que significa repetir un
patrón de comportamiento para solucionar un mismo problema.
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