Mamá me ha
dejado sentada en mi hamaquita, en el centro del salón, sobre la alfombra de
pelo alto y de innumerables colores que tanto me gusta. Me esfuerzo por
alcanzarla pero el arnés de seguridad me lo impide. Desisto pronto y reparo en
la entrada de luz por la ventana, preludio de los primeros rayos de Sol de la
mañana que debe de estar a punto de aparecer. Mamá pasa una y otra vez por
delante de mí a la velocidad del rayo. Se afana en sus quehaceres diarios, una
y otra vez repetidos día tras día. La oigo resoplar en silencio aunque dudo que
sea consciente de su propio fastidio. A veces se detiene y gira ligeramente su
cabeza para sonreírme y otras, las más, atraviesa fugazmente mi campo de
visión, sin ni siquiera advertir los pucheritos que una y otra vez repito para
llamar su atención. Me entretengo con un sonajero que cuelga por encima de mi
cabeza. Lo golpeo uno y otra vez y sus ruidos melódicos me distraen mientras
espero a que mamá se siente junto a mí.
Ha
transcurrido ya algún tiempo a tenor de la luz que ahora sí llena de energía la
estancia. Entonces sé que mamá vendrá pronto, aunque temo que ocurrirá lo mismo
de todos los días. Mamá, con infinita paciencia y dulzura, me desviste, me
cambia mi pañal y me vuelve a vestir. Me ofrece el biberón que tomo si
rechistar. Me incorpora y me pone sobre su hombro para facilitar la expulsión
de los gases. Intento resistirme porque sé que ella, tan pronto como lo haga se
irá. Pero es inevitable.
Ya hemos
alcanzado casi el final de la mañana. Campo alegremente por la alfombra de pelo
largo y me entretengo con un espejito de juguete donde veo mis caras deformadas
que desatan alguna que otra carcajada. Mamá continúa pasando fugazmente delante
de mí. Me pregunto si algún día comprenderá lo divertido que es jugar conmigo
en lugar de lo tremendamente aburrido que es simplemente cuidarme.”
Introducción
Los analfabetos emocionales nos pasamos la
vida fingiendo respetar unas prioridades
de vida imaginarias, mientras que en
la práctica actuamos de una manera bien diferente. La pareja, los hijos, los
amigos y el cuidado de la familia y de los seres queridos siempre aparecen en
los primeros puestos de nuestro pobre ranking inventado, mientras la realidad, bien diferente, nos ocupa en quehaceres distintos, en
el servilismo a la compañía que nos emplea, en la dedicación a una relación que
no deseamos mantener más o en compromisos sociales muy alejados de nuestros
intereses. Si somos honestos, nos
daremos cuenta de lo habitual que es
sorprendernos pensando y preocupándonos
por aspectos que poco nos interesan, en el fondo, para el discurrir de nuestras
vidas.
Algunas
semanas atrás os hablé de Mark Stevenson y sus “Principios pragmáticos de Optimismo”.
A lo largo de la entrevista que os compartí, Mark reflexionaba sobre que “no somos lo queremos ser, sino que somos lo
que en realidad hacemos”. Rescato esa reflexión porque es justamente un
principio de vida fundamental. La de
tiempo que empleamos en ser quien no queremos ser y la de tiempo que perdemos
en ser quien en realidad no nos gustaría.
Quizá lo más
doloroso de actuar como quien no queremos ser, es la larga lista de justificaciones con la que nos
sermoneamos internamente para, por ejemplo, pasar largas jornadas en el trabajo
fuera de nuestro horario laboral. Justificaciones para perpetuar una vida de sinsabores maquillados de falsos placeres. Con
un poco de práctica es relativamente sencillo apreciar la disfuncionalidad de nuestras
prioridades imaginarias y las reales. Somos personas alto rendimiento y responsabilidad, pero más por necesidad de aprobación social, por
cultura o herencia de lo aprendido en el sistema educativo que por propio convencimiento. Y al final, los
quince minutos de juego consciente (sin distracciones mentales) con nuestros
hijos, la lectura de la novela que nos apasiona, preparar una pequeña y
cotidiana cena especial a nuestra pareja o simplemente “perder” quince minutos
caminando por el parque del barrio, pasa y pasa por delante de nuestras
“ocupadas” jornadas sin convertirse en realidad. Porque cuando los sabios
emocionales hablan de prioridades en su vida se refieren a esto, a las pequeñas
cosas que les hacen grandes y les permiten disfrutar con plenitud de sus vidas.
Priorizar no es un ejercicio fácil, pero a estas
alturas, en mi mini 13, creo que hemos alcanzado la madurez necesaria para
advertir que crecer emocionalmente no es sencillo y requiere de dedicación,
constancia y entrenamiento diario, probablemente tanto tiempo como nuestra vida
sea precisamente eso, vida.
Priorizar
significa (1) ser sinceros con
nosotros mismos y reflexionar o meditar sobre nuestros comportamientos diarios
para advertir cuan lejos están de nuestros sistema de prioridades. (2)
Adicionalmente, es necesario cuestionar
la creencia que sustenta esta manera de actuar distinta a nuestro esquema
de priorización. (3) Se requiere un plan
concienzudo y concreto para ir
cambiando las dinámicas diarias hasta que nuestras actividades confluyan con
nuestros intereses.
Los sabios emocionales, también presentan
tensiones entre sus actuaciones y sus prioridades, pero disponen de la
habilidad de hacerlas conscientes para tratar de volver lo antes posible aquello
que llena de significado sus vidas.
Reflexión
Y tú…¿qué sistema de prioridades tienes? ¿actúas
de acuerdo a él? ¿justificas la desviación
entre tu comportamiento real y tus prioridades en la vida? ¿qué creencia descansa detrás de esta
justificación? ¿es racional esta creencia? ¿puedes sustituirla por otra más alineada con tus preferencias
reales?
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