Gervasio
Tocafuente llevaba toda una vida trabajando como administrativo en una compañía
de la industria láctea. Su jefe, don Dionisio, había estrenado y avanzado el
siglo XXI con un estilo rancio de gerencia más propio de mediados del siglo
pasado, donde la relación se basaba en el ordeno y mando. Desde que Gervasio
tiene uso de razón, nunca había visto a don Dionisio acudir al trabajo sin uno
de aquellos trajes, oscuros en invierno y claros a partir del mes mayo. Aún hoy
en día el aroma de los puros se deslizaba bajo la puerta de su despacho y
Gervasio lo imaginaba aspirando uno de aquellos habanos mientras lo rodeaba con
su mano, sus dedos y el anillo a modo de sello con sus iniciales grabadas.
Después de
más de treinta años trabajando allí, Gervasio aún temía a don Dionisio. En realidad,
temía algo que le pudiera disgustar y que terminase por despedirlo. Pero, era
ahora, cuando apenas faltaban tres años para su jubilación, cuando el miedo se
había disparado. Últimamente, Gervasio tenía problemas para conciliar el sueño,
su mujer lo percibía distante e irascible y parecía eternamente preocupado.
Gervasio, que nunca había dicho que “no” a una nueva tarea propuesta por don Dionisio,
revisaba escrupulosamente sus informes tras elaborarlos, incluso la parte que
habían realizado sus compañeros, sin que ellos lo supieran, por si ello pudiese
comprometer su reputación.
Aún cuando
no tuviese trabajo, Gervasio llegaba a la oficina antes y salía más tarde que
don Dionisio. Sin embargo, aquel día, ya pasaban de las nueve de la noche y el
aroma de los puros continuaba saliendo del pequeño despacho del gerente. Gervasio,
se acercó y golpeó suavemente la puerta con sus nudillos
-Don
Dionisio, ¿se puede? ¿necesita usted algo?
Lo invitó
a pasar y sentarse en una de las sillas que lo enfrentaban en su mesa. Aún transcurrieron
algunos instantes, tal vez minutos mientras Dionisio revisaba y firmaba algunos
documentos. En algunos de ellos, adicionalmente, realizaba algunas anotaciones
en lo márgenes. Parecía una tarea rutinaria y sin mucha importancia. Una vez
concluida, Dionisio alzó la vista hasta fijarla en Gervasio, aspiró
profundamente el Habano y comenzó.
-Gervasio,
¿cuántos años lleva conmigo? –formuló la pregunta en modo retórico- Mañana voy
a ofrecer un anuncio a toda la organización, pero creo que su fidelidad bien
merece el adelanto. Me voy. He vendido la empresa. Usted sabe que mis problemas
de salud en los últimos tiempos no me permiten encargarme de todo esto como
debería. Vendrá un grupo extranjero. Ellos se harán cargo. Planean
profesionalizar todo esto. Como si usted y yo no fuésemos profesionales. Se han
comprometido a mantener la plantilla…pero…en fin…mi buen amigo Gervasio…nosotros
ya sabemos cómo son estos grupos…tienen ideas nuevas…equipos jóvenes…otra
formación…otra manera de trabajar. Gervasio, entiéndame, no puedo hacer otra
cosa. Es la empresa o mi salud. Le cuento todo esto porque le aprecio, porque merece
conocer la verdad y, para que en la medida de lo posible, se anticipe a un
eventual despido. Lo siento.”
Introducción
Si
algo nos define a los pobres emocionales
es nuestro obstinado deseo por controlar
la realidad. Los analfabetos
emocionales, en nuestra inocente arrogancia, esperamos un devenir de las cosas concreto y único según nuestras caprichosas
expectativas. Construimos un ideal de futuro, un sueño, y limitamos nuestra felicidad a que se cumpla. Es entonces cuando la
incierta realidad se ciñe sobre nosotros atormentándonos, realidad oscura y
conspiratoria, para invadirnos con la pesadumbre y las preocupaciones.
El
círculo vicioso del sufrimiento en
el que caemos los pobres emocionales al intentar controlar la realidad sería
tal que así. Primero, generamos una expectativa,
p.e: “he reservado una semana de vacaciones en la playa y toda la familia debe
de llegar en perfecto estado de salud para poder disfrutarla al máximo” o “he
reservado una semana de vacaciones en la playa y necesito un Sol radiante para
poder disfrutarla al máximo”.
A
continuación, y créame que mis pobres emocionales saben bien de lo que hablo,
aparece el miedo. Al sueño le sigue el miedo. “Ej: ¿Y si no hace Sol?” o “María siempre se pone enferma,
seguro que nos da las vacaciones”. Es entonces, cuando surge la empecinada
obstinación de la que os hablaba al principio para controlar la realidad,
adoptando medidas preventivas exageradas.
Una medida preventiva es exagerada cuando el incremento de seguridad que ofrece
es marginal. La más absurda, en el caso del Sol, sería la consulta diaria y
obsesiva del parte meteorológico. En el caso de María, la niña “propensa” a los
catarros, sería abrigarla en exceso, evitar que el consumo del helados, vigilar
excesivamente los baños en la piscina y las corrientes, etc.
Pero
claro, todas estas medidas siempre nos parecerán pocas, insuficientes, porque es imposible controlar las millones de
variables que acontecen en la realidad y que no dependen de nosotros. Y será
esa sensación incapacidad o impotencia
la que nos genere ansiedad y sufrimiento,
llevándonos en el extremo a adoptar más
medidas preventivas exageradas y conformando un círculo vicioso de sufrimiento propio y para aquellos que nos
rodean.
Los
sabios emocionales, indudablemente,
también construyen expectativas y sueños sobre su futuro, pero a diferencia de
los Pobres Emocionales, son meros deseos, conscientes
de que su cumplimiento no está garantizado. Son conocedores de que pueden
acontecer realidades que están fuera de su control y por lo tanto, trastocar su
planes. Saben que un futuro tal y como lo han planeado es prácticamente
imposible de que suceda. Por lo tanto, están
preparados para adaptarse a las diferencias entre expectativas y realidad y
continuar siendo felices.
Por
ejemplo, retomando el ejemplo anterior, los sabios emocionales pueden desear
Sol en su semana de playa, pero no limitan el éxito de sus vacaciones a esto. Sería
absurdo puesto que no lo controlan. Así, si uno o todos los días se nubla,
podrán realizar planes alternativos y
obtener un nivel de disfrute razonable. Los sabios emocionales saben que
por mucho que miren la previsión del tiempo no conseguirán cambiarla y, por lo
tanto, dejarán de preocuparse, más aún cuando sabe que podrán ser felices
incluso si el tiempo no acompaña. De igual manera, si María se resfría o se
tuerce un tobillo, aún así tienen la seguridad de que podrán idear alternativas
que les produzcan placer.
Los
sabios emocionales adoptan medidas de precaución racionales para procurarse un
nivel de seguridad razonable, pero evitan adoptar medidas irracionales cuya
contribución al aumento de seguridad es marginal.
En
definitiva, los sabios emocionales tratan de adaptarse y aceptar la realidad en
lugar de pretender controlarla.
Reflexión
Y tú…¿te
preocupas por aquello que está fuera de tu control? ¿eres capaz de idear planes
alternativos cuando expectativa y realidad no coinciden? ¿qué resultados
cosechas cuando eres capaz ser razonablemente feliz cuando te adaptas a los
cambios que no están bajo tu control?
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