jueves, 22 de marzo de 2018

Mini 9. Aún no sabes que eres un virtuoso.


Apenas recién estrenadas las vacaciones de Navidad, Esther entró en su cuarto con semblante triste, cabizbajo, huidizo y ausente. Conectó sus auriculares en un intento de fugarse de todo. Definitivamente, las matemáticas no eran lo suyo y, más allá de estar preocupada por ello, estaba afligida por la reacción de su padre que, por un extraño motivo del mundo de los adultos que no alcanzaba a comprender, quería que fuese excepcional en todas las asignaturas, como si los adultos fuesen brillantes en todas y cada una de las tareas que emprenden.
La melodía continuaba emergiendo de sus auriculares, pero no era capaz de ausentar los fantasmas de su cabeza. Tomó un carboncillo y un trozo de papel, pócima infalible, remedio celestial. Era todo cuanto necesitaba para calmar la tristeza, bálsamo de la decepción, cura del corazón. La creación bailaba entre sus dedos tan pronto como entró en trance, y no recuerda si pasaron unos minutos, unas horas o tal vez más. Sus dibujos en blanco y negro son difíciles de explicar, pero aún más de imitar, por no decir que son inimitables. Artista anónima hasta para ella misma, ya recuperaba tímidamente la tranquilidad espiritual cuando oyó el grito enfurecido de su padre que se acercaba a su habitación. Salió del trance, recogió sus dibujos y los colocó en lo más profundo del cajón de las obras de arte que nunca jamás serán disfrutadas. 

Introducción

Los analfabetos emocionales desconocemos nuestras fortalezas internas. Como autómatas hemos “bien aprendido” las fortalezas que les interesaban a nuestro entorno, en general por el simple hecho de estar socialmente bien vistas. Desde pequeños, el sistema educativo se ha ocupado de enseñarnos una versión manipulada del significado de la inteligencia, relacionada con la capacidad de resolver complejos problemas aritméticos y ha relegado a un segundo plano las capacidades artísticas, deportivas, artesanales y, no digamos ya las inquietudes emocionales. Conviene no olvidar que el sistema educativo no es un ente dado, responsabilidad de otros, sino que lo construimos entre nosotros, por lo que somos co-responsables de su pasado, presente y futuro.
En la niñez o en la edad adulta, podemos resumir nuestras capacidades para abordar cualquier asunto o problema como la mezcla entre conocimiento y actitud. Históricamente, siempre hemos relacionado las virtudes con el primer punto, el del conocimiento, evaluando como virtuoso a alguien que dispone del conocimiento y, el sistema educativo se ha preocupado exclusivamente de estos aspectos. La actitud, las emociones y las habilidades, a pesar de que comenzamos a darnos cuenta de su incalculable peso en el éxito para afrontar cualquier aspecto de la vida, siempre han sido las grandes olvidadas y no les hemos prestado atención.
Frecuentemente veo el programa de televisión Madrileños por el Mundo del canal público Telemadrid. La pasada semana se desarrolló en Manchester. Allí vivía un madrileño que no sobrepasaría los treinta años de edad. A pesar de ello, ya lideraba un equipo de 10 personas como jefe de cocina en uno de los restaurantes más prestigiosos de la ciudad. No era por casualidad que cuando se presentó a las pruebas, años atrás, para formar parte de los cocineros del chef David Muñoz las superase sin problema. Cuando la reportera le preguntó qué había estudiado, simplemente se encogió de hombros y dijo “nada”. En este caso en particular es probablemente irrelevante los estudios porque los ha sustituido por la experiencia, pero ¿cómo es posible que al sistema educativo (que hemos construido entre todos) se le escapen virtuosos así? Es aterrador imaginar cuántos otros casos existirán de personas que deambulan con la máscara de médicos, abogados o ingenieros, por citar algunas, sin que sus verdaderas fortalezas florezcan de manera natural. Mientras, continuaremos debatiendo y modificando continuamente las anécdotas del sistema educativo.
Los sabios emocionales son conscientes de que somos una semilla irrepetible, entendiendo semilla como potencialidad de ser. De nosotros depende regarla y cuidarla con el mimo necesario para que desarrolle todo su potencial o condenarla al juicio social, desarrollando talentos no naturales, simplemente para agradar al resto o, lo que es peor, frustrándose, presentando baja autoestima, rendimiento y en general simplemente sufrimiento porque, en nuestra mirada miope de la realidad, no se cree contar con ningún talento valorable.
Los sabios emocionales se preocupan de identificar sus verdaderos talentos y riegan la semilla cada día. Los utilizan a diario para abordar las tareas cotidianas en los principales pilares que sustentan su vida, cualesquiera que estos sean, pareja, educación de los hijos, profesión, amigos y vida social, cuidado del cuerpo, etc..  Los sabios emocionales no juzgan las virtudes ni las clasifican en categorías. Cada persona presenta su virtudes y cuando las pone al servicio de los demás simplemente experimenta el placer de vivir, se reconforta, se realiza, da significado a su vida y vive en un estado de paz y relajación; mientras que cuando utiliza talentos prestados, aún cuando su desempeño no sea malo, está en constante conflicto interno, sintiéndose vacío, incompleto o desafortunado. No es de extrañar que algunas personas que hayan experimentado el éxito social se encuentren así, decepcionados con ellos mismos y con la vida.
La lista de talentos es tan amplia como personas existen en el mundo, y es responsabilidad de cada uno entender sus propias potencialidades, la integridad, la creatividad, la expresión de sentimientos a través del arte, la mente abierta son algunas de ellos, pero también otros más cotidianos como la capacidad para desarrollar profesiones (fontanería, repostería, electricidad…) o conectar con los demás (comprender, calmar y cuidar a niños, enfermos, ancianos, ….). No permitas que nadie te dicte la carta de tus talentos, no esperes encontrarlos en ningún manual, los talentos son tuyos y sólo tuyos.
En conclusión, una vida saludable implica (1) identificar y cuestionar nuestras creencias limitantes acerca de talentos de primera y segunda categoría; (2) identificar nuestros talentos internos, por ejemplo a través de la observación, reflexión o meditación; (3) orientarlos al servicio a los demás, haciéndolos partícipes a diario de los pilares de nuestra vida.

Reflexión
Y tú…¿vives con talentos propios o prestados? ¿eres capaz de discutir la creencia que descansa detrás de cada talento adquirido por imposición social? ¿qué resultados cosechas cuando vives a base de talentos prestados?

Para saber más
Para profundizar en el conocimientos de los talentos y fortalezas interiores os recomiendo el libro “La auténtica felicidad” de Martin Seligman. Seligman ha publicado un test on-line que puede ayudarte a descubrir tus virtudes (https://www.authentichappiness.sas.upenn.edu/es/testcenter).

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