Apenas
recién estrenadas las vacaciones de Navidad, Esther entró en su cuarto con
semblante triste, cabizbajo, huidizo y ausente. Conectó sus auriculares en un
intento de fugarse de todo. Definitivamente, las matemáticas no eran lo suyo y,
más allá de estar preocupada por ello, estaba afligida por la reacción de su
padre que, por un extraño motivo del mundo de los adultos que no alcanzaba a
comprender, quería que fuese excepcional en todas las asignaturas, como si los
adultos fuesen brillantes en todas y cada una de las tareas que emprenden.
La melodía
continuaba emergiendo de sus auriculares, pero no era capaz de ausentar los
fantasmas de su cabeza. Tomó un carboncillo y un trozo de papel, pócima
infalible, remedio celestial. Era todo cuanto necesitaba para calmar la
tristeza, bálsamo de la decepción, cura del corazón. La creación bailaba entre
sus dedos tan pronto como entró en trance, y no recuerda si pasaron unos
minutos, unas horas o tal vez más. Sus dibujos en blanco y negro son difíciles
de explicar, pero aún más de imitar, por no decir que son inimitables. Artista
anónima hasta para ella misma, ya recuperaba tímidamente la tranquilidad
espiritual cuando oyó el grito enfurecido de su padre que se acercaba a su
habitación. Salió del trance, recogió sus dibujos y los colocó en lo más
profundo del cajón de las obras de arte que nunca jamás serán disfrutadas.
Introducción
Los analfabetos emocionales desconocemos
nuestras fortalezas internas. Como
autómatas hemos “bien aprendido” las fortalezas que les interesaban a nuestro entorno,
en general por el simple hecho de estar socialmente bien vistas. Desde
pequeños, el sistema educativo se ha ocupado de enseñarnos una versión manipulada del significado de
la inteligencia, relacionada con la
capacidad de resolver complejos problemas aritméticos y ha relegado a un
segundo plano las capacidades artísticas, deportivas, artesanales y, no digamos
ya las inquietudes emocionales. Conviene no olvidar que el sistema educativo no es un ente dado, responsabilidad de otros,
sino que lo construimos entre nosotros, por lo que somos co-responsables de su pasado, presente y futuro.
En la niñez
o en la edad adulta, podemos resumir nuestras capacidades para abordar
cualquier asunto o problema como la mezcla
entre conocimiento y actitud. Históricamente, siempre hemos relacionado las
virtudes con el primer punto, el del
conocimiento, evaluando como virtuoso a alguien que dispone del conocimiento y,
el sistema educativo se ha preocupado exclusivamente de estos aspectos. La actitud, las emociones y las
habilidades, a pesar de que comenzamos a darnos cuenta de su incalculable peso
en el éxito para afrontar cualquier aspecto de la vida, siempre han sido las grandes olvidadas y no les hemos
prestado atención.
Frecuentemente
veo el programa de televisión Madrileños por el Mundo del canal público
Telemadrid. La pasada semana se desarrolló en Manchester. Allí vivía un madrileño que no sobrepasaría los treinta años de edad. A pesar de ello,
ya lideraba un equipo de 10 personas como jefe de cocina en uno
de los restaurantes más prestigiosos de la ciudad. No era por casualidad que
cuando se presentó a las pruebas, años atrás, para formar parte de los
cocineros del chef David Muñoz las superase sin problema. Cuando la reportera
le preguntó qué había estudiado,
simplemente se encogió de hombros y dijo
“nada”. En este caso en particular es probablemente irrelevante los
estudios porque los ha sustituido por la experiencia, pero ¿cómo es posible que al sistema educativo (que hemos construido entre
todos) se le escapen virtuosos así? Es aterrador imaginar cuántos otros
casos existirán de personas que deambulan con la máscara de médicos, abogados o
ingenieros, por citar algunas, sin que sus verdaderas fortalezas florezcan de
manera natural. Mientras, continuaremos
debatiendo y modificando continuamente las anécdotas del sistema educativo.
Los sabios emocionales son conscientes de
que somos una semilla irrepetible,
entendiendo semilla como potencialidad de ser. De nosotros depende regarla y
cuidarla con el mimo necesario para que desarrolle
todo su potencial o condenarla al juicio social, desarrollando talentos no
naturales, simplemente para agradar al resto o, lo que es peor, frustrándose,
presentando baja autoestima, rendimiento y en general simplemente sufrimiento
porque, en nuestra mirada miope de la realidad, no se cree contar con ningún
talento valorable.
Los sabios emocionales se preocupan de
identificar sus verdaderos talentos y riegan la semilla cada día. Los
utilizan a diario para abordar las tareas cotidianas en los principales pilares
que sustentan su vida, cualesquiera que estos sean, pareja, educación de los hijos,
profesión, amigos y vida social, cuidado del cuerpo, etc.. Los sabios emocionales no juzgan las virtudes
ni las clasifican en categorías. Cada persona presenta su virtudes y cuando las pone al servicio de los demás simplemente
experimenta el placer de vivir, se reconforta, se realiza, da significado a
su vida y vive en un estado de paz y relajación; mientras que cuando utiliza talentos prestados, aún
cuando su desempeño no sea malo, está en constante
conflicto interno, sintiéndose vacío, incompleto o desafortunado. No es de
extrañar que algunas personas que hayan experimentado el éxito social se
encuentren así, decepcionados con ellos mismos y con la vida.
La lista de talentos es tan amplia como
personas existen en el mundo, y es responsabilidad de cada uno entender sus
propias potencialidades, la integridad, la creatividad, la expresión de
sentimientos a través del arte, la mente abierta son algunas de ellos, pero
también otros más cotidianos como la capacidad para desarrollar profesiones
(fontanería, repostería, electricidad…) o conectar con los demás (comprender,
calmar y cuidar a niños, enfermos, ancianos, ….). No permitas que nadie te dicte la carta de tus talentos, no esperes
encontrarlos en ningún manual, los talentos son tuyos y sólo tuyos.
En conclusión,
una vida saludable implica (1) identificar
y cuestionar nuestras creencias
limitantes acerca de talentos de primera y segunda categoría; (2) identificar nuestros talentos internos, por ejemplo a través
de la observación, reflexión o meditación; (3) orientarlos al servicio a los demás, haciéndolos partícipes a
diario de los pilares de nuestra vida.
Reflexión
Y tú…¿vives
con talentos propios o prestados? ¿eres
capaz de discutir la creencia que
descansa detrás de cada talento adquirido por imposición social? ¿qué resultados cosechas cuando vives a base
de talentos prestados?
Para saber más
Para
profundizar en el conocimientos de los talentos y fortalezas interiores os
recomiendo el libro “La auténtica felicidad” de Martin Seligman. Seligman ha publicado
un test on-line que puede ayudarte a descubrir tus virtudes (https://www.authentichappiness.sas.upenn.edu/es/testcenter).
No hay comentarios:
Publicar un comentario