Fragmento
“El todoterreno
ruge por la rampa de salida del garaje de una urbanización de adosados a las
afueras de Madrid, de esas en las que el obsceno precio de la comunidad podría
ser suficiente para alquilar un apartamento en la Plaza de España. Juan conduce
ensimismado pensando en si será hoy por fin el día en el que le comuniquen su
ascenso. Su hijo irrumpe en sus pensamientos con esas cosas importantes que
Juan no sabe que son importantes. Papá, ¿esta tarde me entrenarás, verdad?. Su
padre, aún absorto en sus pensamientos, debatía si debía de incorporar al Linkedin
el cargo de Global Marketing Manager o simplemente Marketing Manager EMEA. Su
hijo, que como el Principito, nunca renunciaba a una pregunta una vez la
hubiese formulado, insistió, lo que desató la irascibilidad de Juan, que con
furia sentenció que no, que tenía muchas cosas que hacer y que no sabía cómo
podía ser tan egoísta, conocedor que su padre se pasaba largas jornadas
trabajando para sacar adelante a su familia. Pero Papá, me lo prometiste dijo,
como si las promesas de los adultos fuesen verdaderos compromiso. Papá
prometiste dejarme los guantes que usaste en la final y entrenarme para ser tan
buen portero como tú. Juan no dijo nada más, simplemente le abrió la puerta al
llegar al colegio.
Niños, niños y más niños. Niños bilingües con uniformes grises y a cuadros rojos. Juan reparó en la hija de un vecino porque se bajó de un nuevo y flamante BMW. Wow, pensó, debió de costarle al menos cien mil euros. Tras un beso rutinario y un cuídate metálico y lejano, el todoterreno siguió su camino.
Entró en la oficina. Saludó a su secretaria que puso encima de su mesa un café con poca leche y sacarina junto con la agenda del día. Beatriz, ¿sabes si dirección ha pedido verme hoy? –preguntó- No respondió, con un gesto compasivo de quien sabe más de lo que dice. Juan, conectó su portátil y descargó el correo electrónico. Apenas cuatro correos desde que los consultó por última vez antes de salir de casa. Entre ellos le llamó la atención uno cuyo asunto titulaba “cambios organizativos”. Al abrirlo, la empresa daba la enhorabuena a Fermín García, nuevo Global Marketing manager for EMEA”.
Niños, niños y más niños. Niños bilingües con uniformes grises y a cuadros rojos. Juan reparó en la hija de un vecino porque se bajó de un nuevo y flamante BMW. Wow, pensó, debió de costarle al menos cien mil euros. Tras un beso rutinario y un cuídate metálico y lejano, el todoterreno siguió su camino.
Entró en la oficina. Saludó a su secretaria que puso encima de su mesa un café con poca leche y sacarina junto con la agenda del día. Beatriz, ¿sabes si dirección ha pedido verme hoy? –preguntó- No respondió, con un gesto compasivo de quien sabe más de lo que dice. Juan, conectó su portátil y descargó el correo electrónico. Apenas cuatro correos desde que los consultó por última vez antes de salir de casa. Entre ellos le llamó la atención uno cuyo asunto titulaba “cambios organizativos”. Al abrirlo, la empresa daba la enhorabuena a Fermín García, nuevo Global Marketing manager for EMEA”.
Introducción
Los analfabetos emocionales, especialmente
los que hemos nacido en Occidente, tenemos profundamente arraigada la creencia
de que nuestro valor depende de nuestros
logros. Algo que percibimos como natural e inocente, pero que en realidad
es tremendamente tóxico, infantil y,
además, provoca un sufrimiento colectivo incomprensible.
Una pequeña
de seis años recorre angustiada los escasos metros que separan su casa del
colegio con la absurda presión inconsciente de que tiene que estudiar para ser
“alguien”. Si practicase algún deporte, tendría la exigencia de destacar y
progresar en lugar de divertirse y compartir. Se nos inculca algo así como un indicador de valía personal en función
del nivel de estudios, profesión, o éxito en alguna otra área como el
deporte. Tras la incorporación al mercado laboral, aspiramos a progresar dentro
de las empresas, cuanto más alto y en el menor tiempo posible, mejor. Nuestra preferencias quedan anuladas y son sustituidas por las
preferencias sociales. Los que más dormidos estamos, seguimos confundiendo unas
y otras prioridades. Cuanto más pomposo sea el título que lucimos en nuestras
redes sociales, mayor será el reconocimiento. Y es que nos valoramos, nos queremos,
en función de la opinión de los demás y según su rasero. Todo esto es
tremendamente demente, rancio e ineficiente.
La escala
social del éxito actúa como una droga, siempre necesitamos más y más.
Pero cuando alcanzamos el peldaño superior, inmediatamente nos sentimos vacíos, solos, defraudados e insatisfechos, cuando no
frustrados. Nos sentimos así porque esta escala nace del exterior y no de nuestras verdaderas preferencias como
seres humanos. La historia de la humanidad está inundada de personas infelices
que han alcanzado el éxito social, llegando algunas de ellas hasta el suicidio.
Cuando nos
escondemos detrás de nuestros títulos, estamos orientando el foco en el exterior, en lugar de en
nuestras verdaderas virtudes y preferencias. Crecer emocionalmente para ser un
poco más feliz, implica cuestionar la creencia de “valor igual a logros”.
Debemos de desvincularnos de la opinión ajena, dejar de compararnos afuera y comenzar a observar en nuestro interior.
¿Cuáles son mis virtudes naturales? ¿Puedo ponerlas al servicio de los demás?
¿Cuáles son mis prioridades? ¿A qué quiero dedicar mi tiempo? Cuando nos
enfocamos al interior, cuando dejamos de compararnos y prestamos atención a
nuestros intereses y virtudes, se produce el cambio de paradigma y, dejamos de
sufrir por lo que no hemos alcanzado y comenzamos
a disfrutar por lo que compartimos y ofrecemos a los demás. Nos centramos
en el presente, en los problemas actuales a resolver, somos menos vulnerables a
la crítica, ya no malgastamos esfuerzo en justificar porque dejamos de medirnos por una escala de valía
social inventada, tan injusta como inútil.
No quiero
decir que los logros y el éxito no provoque júbilo, satisfacción y alegría,
simplemente debemos de advertir que son simples
deseos, aunque no necesidades.
Nuestra
niña de seis años hoy ha tenido un sueño. Ha crecido, es una atractiva chica
que anima y enseña a pintar a otros niños. Enseñar es un enorme gesto de
generosidad y humildad en su opinión. Se siente útil, alegre y feliz. Llena de
energía para vivir. Este sueño marca el camino de la pequeña, que hoy, por
primera vez en mucho tiempo, acude al colegio alegre y despreocupada. Hoy, le importa un poco menos la opinión de los
demás, de sus compañeros, de su profesora e incluso de sus padres.
Reflexión
Y tú…¿te
sorprendes midiendo tu valía en base a
tus logros? ¿realmente tus logros provocan que seas inferior o superior a los demás? ¿qué resultados cosechas cuando vives en base a la escala de logros? ¿qué
resultado cosechas cuando orientas tu esfuerzo a tu propia escala, es decir,
tus virtudes y tus preferencias?
Para Saber más
Las
referencias que desvinculan el valor de las personas de sus logros son
numerosos, dado que es un motivo típico de sufrimiento infundado. A mí
personalmente me encanta cómo lo plantea David
Burns en el capítulo 13 de su libro Sentirse
Bien.
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