Introducción
Dobló la
calle Goya con la expresión desencajada, tensa y ausente, como venida de otro
mundo, o como si estuviese a punto de abandonarlo. Llevaba a los gemelos, cogidos
bien fuerte, uno en cada mano, queriendo sujetarlos a la estaca de la seguridad,
del control absoluto. Gritó “cuidado” al pararse en el semáforo en rojo, a
pesar de que los niños continuaban dócilmente a su lado y en tercera fila para
disponerse a cruzar. Cuando alcanzaron el parque los soltó, a regañadientes, y
permaneció sentado, emitiendo sonidos de precaución mudos y levantándose de
manera compulsiva cada vez que temía por la seguridad de los pequeños, es
decir, cuando estaban en lo alto del tobogán, cuando pasaban por detrás de un
columpio o cuando el balancín subía y bajaba cumpliendo el plan para el que
había sido diseñado. De siempre, al menos desde que tiene recuerdo, su vida fue
así, un flujo de preocupaciones cambiantes y constante.
Lo sacudió
de sus pensamientos, de sus catástrofes inventadas, de sus malos augurios, una
ligera brisa del este que campaba a sus anchas por la calle O´donell. Enseguida
sacó los jerséis, temiendo que aquel contratiempo pudiese dar al traste con las
vacaciones de Semana Santa. Nada más inoportuno que un catarro en esta época.
Los resfriados en Abril se transforman en neumonía con una facilidad pasmosa. Y
entonces, como un automatismo que no se sabe muy bien cómo funciona, temió por su
salud, por su integridad, y vislumbró todas las enfermedades respiratorias que
conocía, que eran muchas, y se sintió pequeño, indefenso y desprotegido. Su
desasosiego fue creciendo hasta que la sombra del cáncer de pulmón se cernió en
su cabeza para no abandonarla. Sus manos empezaron a sudar, el pulso se le
aceleró y se tornó si cabe más irascible con los juegos, las “locuras infantiles”
de sus hijos. Y así, sin más, preso de su pánico inventado, decidió que la
mañana de parque había terminado con aquellos escasos veinte minutos, pero que a
él le habían parecido toda una vida. Apagada la llama de aquel fuego, su cabeza
no pararía de arder y poco tardaría en deleitarse con otra película de terror
no apta para pobres emocionales.
Los analfabetos emocionales sufrimos en
mayor o menor medida el pánico de vivir que, además, tiene la característica de
extenderse tan poderosamente como
una mancha de aceite. El miedo está
en todas partes y en realidad, sólo está
en nuestra cabeza. Miedo a que nos despidan, a enfermar, a que les ocurra
algo a nuestros seres queridos, a ir al colegio, al desengaño, a la soledad, a
cambiar de trabajo, a emprender un nuevo negocio, a vender un producto, a
conocer a gente nueva, a ir al cine sólo, a pasarlo bien, a sufrir, a quedarse
sin dinero, a quedarse embarazada, a no quedarse embarazada, al jefe … Miedo y
más miedo que condiciona nuestra vida
cotidiana. El miedo, cuando es limitante, nos impide acometer multitud de
proyectos que nos gustaría llevar a cabo, por un exceso de precaución no racional.
Cuando
analizamos una situación condicionada por el miedo, por ejemplo, ir al colegio,
siempre descansa detrás de ella una creencia
limitadora. En este caso, podría ser “temo no ser capaz de cuidar de mí
mismo si algo malo ocurriese”, “no soy competente y fracasaré” o “soy torpe y a
nadie le pareceré interesante”. Es importante señalar que, en general, estas
creencias están en el plano subconsciente.
Adicionalmente, más allá de estas creencias limitadoras, se sitúa la sensación
de no poder enfrentarnos a las
consecuencias del hipotético riesgo que corremos. “Si no soy capaz de
cuidarme, algo atroz me ocurrirá y no seré capaz de soportarlo”…, “Seré el
hazmerreír por comportarme con torpeza y viviré sólo y apartado”…”si fracaso
nunca encontraré un trabajo y seré incapaz de vivir una vida plena y feliz”. En
definitiva, el miedo de enfrentarse a una situación se sustenta en una creencia
limitadora y en no ser capaz de enfrentarse las consecuencias derivadas de que
nuestros temores se hagan realidad.
Los sabios emocionales por supuesto que también
sienten miedo, pero en lugar afligirse y evitar la situación “de riesgo”, adoptan una serie de estrategias:
1.
Son conscientes
de su miedo y de que habita únicamente en su interior, puesto que no es adaptativo como por ejemplo enfrentarse
a un león. Así que su control sólo
depende de ellos.
2.
Tratan de traer al plano consciente la creencia que descansa detrás de este miedo, para
cuestionarla, rebatirla y sustituirla
por otra más adaptativa. Por ejemplo, en el caso del miedo a ir al colegio,
podríamos pensar de una manera más adaptativa: “Si cometo errores en clase,
estará genial porque son imprescindibles para aprender y crecer”.
Adicionalmente, continuaremos preguntándonos
por las consecuencias ¿realmente son tan catastrofistas como pensamos? ¿qué
probabilidad existe de que se cumplan? Y si llegan a ocurrir, ¿cómo podríamos
mitigarlas o suavizarlas? “No me gustaría que nadie se riese de mí, pero si
alguien lo hiciese, cosa que dudo, aun cuando no me aceptase, podría soportarlo
y por supuesto que seguiría siendo feliz”. Si dejamos de temer las
consecuencias, por exageradas, poco probables y porque aun si se dieran podríamos soportarlo y seguir siendo felices,
estaremos más preparados para enfrentarnos a la situación temida.
3.
Por último, no hay varitas mágicas ni recetas
sencillas, nuestros sabios emocionales saben que el miedo sólo desaparecerá cuando se enfrentan a él de manera rutinaria. Aún
así, son conocedores de que plantarle cara al miedo es la mejor opción, ya que
el malestar provocado por evitar la situación será superior al de afrontar la
situación de riesgo.
Debemos de
ser conscientes de que todos sentimos
miedo cuando nos enfrentamos a un desafío
que nos hace crecer. De hecho, experimentar miedo, de alguna manera es un
indicador de que algo bueno esconde,
algo bueno que está detrás de él, que nos impulsa más allá de nuestra zona de confort y, esto mismo debe actuar como
un incentivo. Enfrentarse a nuestros
miedos es caminar desde el dolor y
sufrimiento hacia el poder,
entendido como el control del camino que
hemos trazado para nuestra vida.
Reflexión
Y tú…¿a qué
temes? ¿te habías parado a pensar que tu vida cotidiana está permanente condicionada por el miedo?
¿qué creencias las sustentan? ¿es limitador tu miedo? ¿por qué? ¿qué te
impide acometer aquello que desearías? ¿eres capaz de discutir y sustituir tus
creencias? ¿son tan terribles las
consecuencias que esconden tus miedos? ¿qué podrías hacer si se cumplen las
profecías de tus miedos para minimizar las consecuencias?
Para Saber más
Para saber más sobre el miedo os recomiendo un
libro clásico de la psicología moderna; concretamente los cuatro primeros
capítulos “Aunque tenga miedo, hágalo igual” de Susan Jeffers.
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