Introducción
“Llegó tan
pronto para coser los retales de su vida, que tuvo que hacer tiempo en una
cafetería rancia de la Gran Vía, pasada de moda, con taburetes color burdeos en
la barra y neones en la entrada. Pidió un café grande, en taza de desayuno, a
un camarero que sólo peinaba pelo blanco a la altura de la nuca y que vestía
tradicional, con un pantalón negro y una camisa tristemente manchada de grasa.
El hombre, flaco y encorvado, sin apenas energía y marchitado por el paso de
tiempo, parecía que siempre había estado allí. Apenas cruzó palabra. Ella pasó
al baño. Ya eran las nueve y media de la mañana pero no había clientes, por lo
que el servicio aún olía a desinfectante. Se miró en el espejo y reparó en los
surcos que la edad había dibujado en su rostro y en los que el maquillaje había
naufragado literalmente en su desafío por disimularlos.
Surcos de problemas de pareja, de noches enteras sin pegar ojo cuidando a los gemelos, de peleas con su familia política que dictaban órdenes de cómo tenía que vivir su vida y cuidar a su familia. Ahora todo aquello formaba parte del pasado. Incluso los gemelos ya habían puesto el rumbo de su propia vida y no necesitaban que ella, que había estado siempre ahí, los cuidase. No podía soportar más la soledad de su apartamento y, treinta años después, a punto de alcanzar los sesenta, se había dispuesto a reinventarse o tal vez a inventarse. Quedaban apenas veinte minutos para cruzar el umbral del cambio. Le aguardaba una entrevista de trabajo. Su vida sólo cobraría sentido si lograba aquel puesto. Se la jugaba a una carta, a blanco o negro, par o impar. O conseguía aquello o, de alguna manera, moriría una parte de ella”.
Surcos de problemas de pareja, de noches enteras sin pegar ojo cuidando a los gemelos, de peleas con su familia política que dictaban órdenes de cómo tenía que vivir su vida y cuidar a su familia. Ahora todo aquello formaba parte del pasado. Incluso los gemelos ya habían puesto el rumbo de su propia vida y no necesitaban que ella, que había estado siempre ahí, los cuidase. No podía soportar más la soledad de su apartamento y, treinta años después, a punto de alcanzar los sesenta, se había dispuesto a reinventarse o tal vez a inventarse. Quedaban apenas veinte minutos para cruzar el umbral del cambio. Le aguardaba una entrevista de trabajo. Su vida sólo cobraría sentido si lograba aquel puesto. Se la jugaba a una carta, a blanco o negro, par o impar. O conseguía aquello o, de alguna manera, moriría una parte de ella”.
Los analfabetos emocionales de manera
cotidiana nos apegamos a las cosas o personas. Apegar es delegar, entregar, condicionar
nuestra felicidad a algo o alguien. Apegar
es el miedo irracional a perder algo fundamental para nuestra
felicidad. La mala noticia es que sin darnos cuenta estamos permanente apegados a un sinfín de cosas
en nuestra realidad cotidiana. En nuestro plano subconsciente, tenemos
creencias limitantes, poco racionales, que nos llevan a condicionar nuestra felicidad a que mantenga o consiga este o aquel
trabajo, al amor incondicional de nuestra pareja o de los hijos, a la
aprobación social según su sistema de valores (y no el nuestro), a la opinión
de personas relevantes en nuestro entorno (familia, amigos, compañeros, …). Nos
apegamos también a la vida y, el
temor a perderla nos provoca tomar medidas o precauciones excesivas que nos
impiden disfrutar y reducen nuestra existencia a una cárcel de barrotes
invisibles.
El apego está detrás de cada sufrimiento que
pone el foco en el exterior y no en el interior para construir nuestra
felicidad. Como ya podemos imaginar los Pobres emocionales, apegarse es
irracional y limitante porque deja nuestra felicidad en manos de los demás. Y es que muy pocas cosas son realmente
necesarias para ser felices: alimento, agua, abrigo y descanso. El resto es
superfluo y considerarlo necesidad forma parte de nuestra interpretación limitante
de la realidad. Es lícito tener deseos, un coche nuevo, la aprobación de mis
compañeros de trabajo, el amor de la pareja, pero el deseo no podemos convertirlo “artificialmente” en un condicionamiento
necesario para nuestra felicidad.
El proceso
de desapego comienza cuando identificamos
nuestras necesidades inventadas
(apegos) y traemos al plano consciente la creencia
que lo sustenta para cuestionarla y discutirla.
Este proceso no es sencillo, porque está profundamente arraigado por nuestro
condicionamiento, pero es tremendamente liberador cuando lo conseguimos. Una
actitud positiva contempla fomentar el desapego a través de frases, creencias y
pensamientos sustentados en el “me
gustaría que…, pero no lo necesito para ser feliz”, o “a pesar de no obtener…que anhelaba soy igualmente feliz” más que “necesito…para
ser feliz” o “cuando tengamos…ya podremos comenzar a ser felices”.
Reflexión
Y tú…¿a qué estás apegado? ¿qué creencias se
esconden detrás de este apego? ¿puedes cuestionarlas? ¿realmente necesitas a lo que estás apegado para ser feliz? ¿qué resultados cosechas cuando estás
apegado y cuáles cuando logras distanciarte?
Para Saber más
Para saber
más sobre las limitaciones que nos provoca “El Apego”, os recomiendo la
conferencia de Borja Vilaseca “El Apego”.
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