Fragmento
Manu es
bastante persuasivo. Evitar salir a tomar unas copas la noche del domingo en el
que Lorena me abandonó, era poco menos que imposible. Miré el reloj cuando
salíamos del metro de Callao. Faltaban unos minutos para las once de la noche
del día más triste del mundo. Seguía vivo, eso sí, sin ningún daño físico o
enfermedad aparente. No había sufrido ningún accidente, ninguna catástrofe
natural u otra desgracia. No me había dado un ictus, ni un edema. No presentaba
síntomas de intoxicación, ni envenenamiento. No había sido víctima de una
paliza, ni de un asalto con violencia. No presentaba cortes, ni hemorragias, ni
síntomas malignos de ningún tipo. Pero aun así, la vida era una mierda.
La cosas son según el prisma por el que lo mires, y el mío, de siempre, estuvo estropeado. Nunca vi la jarra medio vacía, sino completamente vacía. Nunca aposté por mí, nunca me sentí caballo ganador. Por eso, seguramente, Lorena siempre estuvo muy lejos. Lo de lo la otra noche no fue más que la confirmación de una derrota ya anunciada. Entumecido por las lágrimas de la tristeza, arrugado, encorvado, hecho bola en mí mismo, seguía a Manu más por apatía o por simpatía, según se mire, que por convencimiento. Él, desde el asiento del metro, nunca se lo agradecí lo suficiente, había estado tirando del carro, mi carro, como si fuese el suyo propio, con tal determinación que pocos, no era mi caso, se hubieran podido resistir. Le había escuchado todo el camino lo divertidos que eran los domingos por la noche de copas, lo mucho que se ligaba, lo absurdo de mi berrinche por “La Rubia”, la multitud de bombones que había en Madrid y un sinfín de comentarios estereotipados más dispuestos a socorrerme. Yo, como quien oye llover. Lorena arrugaba una y mil veces su pequeña nariz de botón en mi cabeza. Imposible abandonarla, a ella y a su vestido marrón de la última noche, desfilando, contorneándose delante de mí. El descontrol me sobrevenía de vez en cuando, iba y venía, intercalando pequeños momentos de tímida lucidez. Mis ojos se nublaban de ella, del último abrazo, de su perfume, de las caricias de su pelo en mi cara, de la suavidad de sus mejillas en las mías, de mis brazos sintiendo la firmeza de su cintura, de mis manos apretadas en las suyas. Todo aquello, todo, iba mermando mi aliento, mi aire y mi vida a su antojo, muñeco de trapo en sus manos, pozo de sus deseos, ceniza de sus llamas, conjuro de brujas, hechizo sobrenatural, veneno mortal. Abrazos de judas, palabras de víbora, mentirosas, perversas y hasta deshumanizadas. Ya no veía y era por ella. Ya no sentía y era por ella. Ya no vivía y era por ella.”
La cosas son según el prisma por el que lo mires, y el mío, de siempre, estuvo estropeado. Nunca vi la jarra medio vacía, sino completamente vacía. Nunca aposté por mí, nunca me sentí caballo ganador. Por eso, seguramente, Lorena siempre estuvo muy lejos. Lo de lo la otra noche no fue más que la confirmación de una derrota ya anunciada. Entumecido por las lágrimas de la tristeza, arrugado, encorvado, hecho bola en mí mismo, seguía a Manu más por apatía o por simpatía, según se mire, que por convencimiento. Él, desde el asiento del metro, nunca se lo agradecí lo suficiente, había estado tirando del carro, mi carro, como si fuese el suyo propio, con tal determinación que pocos, no era mi caso, se hubieran podido resistir. Le había escuchado todo el camino lo divertidos que eran los domingos por la noche de copas, lo mucho que se ligaba, lo absurdo de mi berrinche por “La Rubia”, la multitud de bombones que había en Madrid y un sinfín de comentarios estereotipados más dispuestos a socorrerme. Yo, como quien oye llover. Lorena arrugaba una y mil veces su pequeña nariz de botón en mi cabeza. Imposible abandonarla, a ella y a su vestido marrón de la última noche, desfilando, contorneándose delante de mí. El descontrol me sobrevenía de vez en cuando, iba y venía, intercalando pequeños momentos de tímida lucidez. Mis ojos se nublaban de ella, del último abrazo, de su perfume, de las caricias de su pelo en mi cara, de la suavidad de sus mejillas en las mías, de mis brazos sintiendo la firmeza de su cintura, de mis manos apretadas en las suyas. Todo aquello, todo, iba mermando mi aliento, mi aire y mi vida a su antojo, muñeco de trapo en sus manos, pozo de sus deseos, ceniza de sus llamas, conjuro de brujas, hechizo sobrenatural, veneno mortal. Abrazos de judas, palabras de víbora, mentirosas, perversas y hasta deshumanizadas. Ya no veía y era por ella. Ya no sentía y era por ella. Ya no vivía y era por ella.”
Introducción
Los analfabetos
emocionales adoptamos una actitud victimista
e infantil ante los sucesos de la vida, dejando en manos de ésta la
“desgracia” de nuestro dantesco destino. En artículos anteriores reflexionamos
sobre que no es la realidad la causa de nuestro sufrimiento, sino la
interpretación que realizamos de ésta. Y también la importancia de aceptarla,
siendo aceptar “sinónimo” de comprender. En este artículo hablaremos de nuestra co-responsabilidad en el
devenir de los acontecimientos. Nuestra reacción más primitiva es victimizar y culpabilizar a los demás.
Así dejamos nuestras desgracias y su solución
en manos ajenas. Pero lo cierto, es que en casi todo lo que nos ocurre
somos co-responsables, nosotros elegimos este trabajo y no otro y también,
permanecer en él, por ejemplo. Una vez aceptada la realidad, cuando esta no es
favorable a nuestros intereses, se nos plantean dos alternativas. Si podemos modificarla,
actuar y dirigir así nuestro destino (en lugar de adoptar una postura plañidera)
o, en su defecto, adaptarnos a la
situación que no podemos cambiar. Esto ciertamente, desde mi punto de vista, es
mucho más sano emocionalmente que perturbarse
porque el mundo y las personas son como son. La justicia no existe o es
subjetiva, así que revindicar lo que nosotros creemos justo no sólo es inútil,
sino que dependerá del criterio de quien lo juzgue. Actuar o adaptarse y no quejarse implica tomar partido,
responsabilizarse y conducir a través de nuestro propio camino recogiendo
unos resultados mejores que permanecer inmóvil culpabilizando a todo y todos. La
queja es inútil y el lamento vacío.
El cambio de paradigma en la búsqueda de la
piedra filosofal de la felicidad se produce cuando eres capaz de mirar a tu interior y no al “cruel” exterior que nos
hiere con sus afiladas garras, cuando comprendes que eres co-creador de tu
propia realidad, que has llegado hasta aquí por tus propias decisiones, y son éstas las que te pueden llevar a cualquier otro lugar.
Nada ha cambiado, he cambiado yo, y todo ha cambiado. Asumir las
responsabilidad, por lo tanto, implica una gran
dosis de humildad y valentía, para enfrentarse a lo miedos, a los fantasmas
internos, en lugar de a los de los demás, cuestionar nuestra valía, quitarnos
nuestra máscara social, y cualquier otra artimaña que utilizamos para recoger
el sucedáneo de felicidad de sentirnos queridos y protegidos por los demás.
En mis talleres
dirigidos a la fuerza de ventas abundan los factores ajenos de todo tipo cuando se trata de explicar el descenso de las ventas.
Siempre recomiendo a los participantes que al realizar un análisis que
cuestione su propia valía y desempeño, cojan un papel y tracen una línea.
A la izquierda deben situar los
elementos por los que han caído las ventas y sobre los que ellos tienen escaso control. Les pido siempre que
comiencen por éstos porque es más sencillo, desahoga y tranquiliza. A
continuación, solicito que se concentren en la parte derecha, lo que sí depende
de ellos realizándoles la siguiente pregunta, ¿de verdad que no habéis
influido de ningún modo en los resultados? ¿no hay nada que podáis cambiar para
mejorar? Rendidos ante la evidencia, comienzan a rellenar también la parte
derecha de la hoja. Por último les cuestiono, si quiero cambiar las cosas, ¿dónde me tengo que concentrar? ¿en la
parte izquierda que no controlo o en la derecha que sí controlo? Tenemos la
oportunidad de aprender de nuestros errores y mediante acciones concretas y
medibles podemos intentar cambiar la realidad a nuestro favor. No se trata de
fustigarse, todo lo contrario, se trata de aprender
y comprender para cambiar la situación de la que normalmente sólo nos quejamos.
Esta sencilla técnica podemos aplicarla a casi todos los ámbitos de la vida.
Ejemplo
Pero veamos todo esto con un ejemplo. Imaginemos
a nuestro vendedor que ve cómo disminuyen
las ventas de su zona. Cuando es preguntado por los motivos, señala las
carencias del sistema informático.
Sin embargo, el responsable de
informática cree que el problema está en la fuerza comercial que tiene un escaso conocimiento del producto.
Ninguno de los dos acepta la realidad, ni la comprende. Por lo tanto, todo
sigue igual y las ventas continúan descendiendo.
Una estrategia alternativa hubiera sido que
la parte comercial entendiese que algo tenía que mejorar en el conocimiento de
producto para vender más y el responsable de informática comprendiese que
algunas mejoras técnicas influirían en las ventas. Si ambos se hubiesen centrado en su ámbito de responsabilidad diseñando
estrategias de mejora, al menos tendrían más posibilidades de haber mejorado
los resultados. Asombrosamente simple, pero tremendamente inusual. ¿Cuántas
personas conocemos que identifican sus errores e inmediatamente se ponen a
trabajar sobre ellos? Qué simple, qué difícil y cuánto nos cuesta.
Este mismo vendedor, tras la charla con su
jefe, se va a tomar un café con un compañero. Le falta tiempo para cargar
contra su jefe, el responsable de informática y la empresa. Incluso, no
teniendo suficiente, culpa a la crisis, los bancos y el gobierno por la
precaria salud laboral del país, que le impide encontrar otro puesto de
trabajo. Una vez más, aflora el victimismo,
pensando que son los demás los culpables
de su situación y los responsables de solucionarla. En cambio, no repara en
que más o menos acertadamente fue él el que dio los pasos para tener el trabajo
que tiene y él mismo podría buscar otra alternativa de empleabilidad por cuenta
ajena o montando su propia empresa, por ejemplo. ¿Se ha parado a pensar cuales
son sus virtudes naturales y cómo potenciarlas y ponerlas al servicio de todos?
Y si en realidad creo que no, que no es posible modificar la situación laboral
a corto plazo, entonces, ¿la está aceptando? ¿está aceptando aquello que no
puede modificar? ¿qué resultados consigue perturbándose por algo que no puede
modificar? ¿realmente su perturbación procede de la realidad o de los
pensamientos que él mismo tiene acerca de la realidad? ¿realmente es su trabajo
tan malo y perverso como se está diciendo? ¿podría enumerar más de diez cosas
positivas acerca de su trabajo?
En conclusión, La vida es un equilibrio entre aceptar lo que no podemos cambiar y
actuar allí donde podemos, en lugar de quejarnos y por lo tanto sufrir por ella.
Responsabilizarse de unos mismo significa comprender
lo que nos ocurre y tomar partido para dirigir nuestra vida, evitando
conductas plañideras, culpando y esperando que otros resuelvan nuestros
problemas. Responsabilizarse es dejar de
quejarse porque el mundo es como es. No
todo lo que se afronta puede ser superado, pero lo que es seguro es que lo que
no se afronta, nunca será superado.
Reflexión
Y tú…¿qué cosas puedes y no puedes controlar
en tu día a día? ¿estoy adoptando una estrategia responsable sobre aquello en
lo que puedo influir o plañidera e infantil culpando a los demás de mis
circunstancias? ¿qué resultados cosecho en uno y otro caso?
Para
Saber más
Al igual que con los artículos anteriores, la
bibliografía de Responsabilizarse de uno mismo es prolija. Sin embargo, y a
pesar que no sólo se circunscribe al ámbito de la responsabilidad personal,
para este texto he escogido un vídeo de VíctorKuppers denominado Actitud.
Son veinte minutos sencillamente geniales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario