Fragmento emocional
“Martín.
Septiembre 2010.
Creo
que nunca fui feliz. Quizá antes de conocerla a ella, puede ser, quién sabe,
pero al menos yo no lo recuerdo. Mi vida es una pesada mochila que arrastra sus
recuerdos. Los tristes, crueles; los felices, aún más. La conocí sólo unos
meses, de Septiembre a Diciembre de un año en el que era bastante más joven.
Las mañanas son peores que las tardes. Las tardes son peores que las noches. La
Primavera es peor que el resto de las estaciones. Lecciones aprendidas,
tristeza acumulada, episodios de la misma novela. Tanto de lo mismo que lo
distinto sería extraño, inquietante, poco fiable, un espejismo, una farsa, una
ilusión. Sería simplemente mentira. Yo vivo así y esta es mi vida.
Me
llamo Martín. Martín “el loco”. Perdí el juicio por amor, pero de eso hace ya
algunos años. Luego vino la depresión, o tal vez fue antes, o quizá todo
ocurrió a la vez.
Mi casa está al borde del acantilado. En otro estilo
esta también es una casa de fantasía, de película, como lo era la suya, junto
al Palacio Real, en Madrid. Desde aquí veo los límites de mi propia isla, es
decir, de mi vida, y el mar, inmenso, que me encierra, pero a la vez me libera
del resto, de la realidad, del sufrimiento. Vivo en un faro sin farero. Sólo
queda su soledad. Un faro apagado, extinguido, vacío, desprovisto. Un faro que
ya no es brújula de pescadores, ni guía de mercantes, ni tan siquiera farolillo
de enamorados. Sucumbió en un capricho, el de su nuevo dueño, que lo arregló
para convertirlo en refugio de turistas snob de fin de semana y, de un tiempo
para acá ni eso, por lo inhóspito del lugar, por el viento incesante que todo
lo interrumpe, que todo lo cambia, por el difícil acceso a pesar de su cercanía
al pueblo, o simplemente por la melancolía del farero, por sus recuerdos, sus
cuadernos de anotaciones olvidados en un pequeño despacho que tiene un pupitre
de madera, una y otra vez barnizado, desde donde se ve el mar, por el
transistor de la cocina del que ya no sale ninguna voz las tardes de fútbol de
los domingos, por el florero de la mesa de centro del salón, que tiene unas
flores que ya nadie riega, ni cambia, ni tan siquiera retira. Por sus revistas
antiguas apiladas ordenadamente en un rinconcito del pasillo, de automóviles, del
corazón, de cocina y hasta de manualidades. Por un sinfín de diminutas
reliquias que aún se conservan como si fueran parte de un museo, museo de la
melancolía, que contagia a quien se deje y también a quien no se deje
contagiar. Un lugar olvidado para quien quiere olvidar, un lugar muerto para
quien se siente sin vida. Esta casa, este faro, es un sitio perfecto, es mi
sitio.”
Introducción
Los analfabetos emocionales partimos del
razonamiento errado de que la realidad,
nuestro mundo y nuestros intereses deben
de ser como a nosotros nos gustaría que fuesen, satisfacer nuestros anhelos
de manera continua, y actuamos así, de manera victimista, infantil y
caprichosa. Esto sucede en nuestro plano inconsciente y subyace de nuestro
condicionamiento primitivo de supervivencia cuando éramos niños, en la época en
la que llorábamos para demandar amor o alimentos. Pero lo cierto es que la realidad es como es, y no hay ningún motivo
racional para que sea de otra manera. Interiorizar y tomar consciencia de
esto provoca un verdadero cambio de paradigma.
Cuando no aceptamos la realidad, la
estamos negando y, por lo tanto no
podemos combatirla. Aceptar la realidad significa comprender lo que sucede,
independientemente de si es positivo o no para nuestros intereses. Aceptar no es resignarse. Aceptar y comprender
es clave porque nos permitirá modificar nuestras
estrategias para afrontar el nuevo escenario de manera eficaz. Por lo
tanto, aceptar es comprender, adaptarse y actuar de acuerdo con el nuevo
entorno para conseguir resultados más satisfactorios en sintonía con nuestras
preferencias o necesidades. Aceptar es
entender y modificar.
Una actitud
de no aceptación implica no
reconocer, guerrear, luchar o perturbarse contra lo que es, de la misma manera
que un niño llora cuando tiene hambre intentando que sus padres se hagan cargo
de sus necesidades. Pero en el mundo de los adultos ya no hay biberones que
lluevan del cielo. Lo que no aceptas, no existe y, lo que no existe no lo podrás combatir, perpetuando siempre los mismos resultados.
Si
reflexionamos un poco, caeremos en la cuenta de grandes sucesos en nuestra vida
que nos cuesta aceptar, un desengaño, un despido, una separación, la muerte de
un ser querido… Sin embargo, en la realidad
cotidiana existen muchas situaciones
tóxicas que no aceptamos y que nos
causan enorme perturbación. Un
atasco, una respuesta “inadecuada” en el trabajo, la avería del agua caliente,
un inoportuno chaparrón, una enfermedad común antes de las vacaciones, el
retraso de un vuelo,…Aceptar esta realidad como parte inevitable de la vida es
la clave para lidiar con la frustración
y la perturbación.
Ejemplo
Pero veamos
todo esto con un par de ejemplos. Vamos a imaginar un vendedor que se dirige al trabajo en su automóvil. A mitad de
camino el coche se avería y deja de
caminar. Sería absurdo no aceptar la
realidad y permanecer en el coche
como si nada hubiese ocurrido. Simplemente, podríamos pasar el resto de nuestra
vida allí que el auto no se movería. La gran mayoría de nosotros, con mayor o
menor perturbación, acepta esta realidad, la comprende y actúa por ejemplo
llamando a una grúa.
Veamos
ahora otro ejemplo. Imaginemos ese mismo
vendedor que tras llegar dos horas tarde a su trabajo es llamado por su
jefe a su despacho para explicar la disminución
de las ventas en su área de trabajo. Aquí la cosa cambia, en el mundo
occidental tendemos a considerar los errores
propios como indicador de poca valía, en lugar de una fuente de
aprendizaje. Probablemente, nuestro vendedor focalizará todo su esfuerzo en listar un compendio de excusas ajenas a su desempeño para
justificar el mal rendimiento. Aceptar la realidad, como en el coche que se
avería, no consiste en quedarse inmóvil dentro del auto excusándose en que es
el mundo el que no avanza, sino en reconocer
la situación, comprenderla y
adoptar nuevas estrategias para
incrementar las ventas. Si no acepto, no cambio. Y si no cambio no hay
nuevas ventas.
En
conclusión, los pobres emocionales, focalizamos nuestros esfuerzos en luchar
con la realidad, en encontrar excusas o culpables para que las cosas no sean
como a nosotros nos gustaría que fueran y como consecuencia nada cambia y los
resultados se perpetúan. En cambio, cuando
acepto la realidad, cuando vivo enamorado de lo que me sucede porque comprendo
que la vida es como es, puedo diseñar
estrategias alternativas que al menos me permitan aumentar la probabilidad de cambiar los resultados. La actitud
inteligente consiste no en luchar contra lo que es, sino en cambiar mis
estrategias dado lo que ha sido. Aceptar la realidad constituye la base de la
salud emocional.
Reflexión
Y tú…¿aceptas
la realidad especialmente en aquello que cuestiona tu valía? ¿orientas tus
esfuerzos a justificar y victimizar o a comprender y cambiar? ¿qué resultados
cosechas cuando adoptas una u otra estrategia?
Para Saber más
Existen
numerosos recursos en la actualidad relacionados con la “Aceptación”, especialmente prolijos en el campo de la psicología clínica.
Sin embargo, por su cercanía y empatía os recomiendo un video de BorjaVilaseca para seguir profundizando en la aceptación como herramienta de
cambio y crecimiento, “Cómo dejar de sufrir a través de laaceptación”.
No puedo cambiar lo que ocurre pero si como lo interpreto...
ResponderEliminarComo decian... Menos " es ques" y mas " hay ques".
Gracias David